A finales del siglo XVII, la guitarra volvió a ganar adeptos. El hecho de tener seis cuerdas requería una técnica más desarrollada. Los virtuosos inspiraban al público con sus deslumbrantes interpretaciones y sus intrincadas composiciones. La popularidad de la guitarra provocó una gran demanda de libros de instrucciones escritos para la nueva guitarra de seis cuerdas. Entre las ciudades que lideraron el resurgimiento de la música para guitarra se encontraban Viena y París, que atrajeron a guitarristas de primera fila como Mauro Giuliani (1781-1829), originario de Italia, y el virtuoso español Fernando Sor (1778-1839). Estos hombres abrieron el camino a la importancia de un repertorio solista para la guitarra con su extenso catálogo de obras. Ferdinando Carulli (1770-1841) introdujo un método de guitarra que aún se utiliza hoy en día. La obra "Veinticinco estudios melódicos", compuesta por Matteo Carcassi (1792-1853), sigue figurando en el repertorio de los estudiantes serios de guitarra.
De nuevo el ciclo de popularidad volvió a torcerse, aunque esta vez la guitarra rara vez se tocaba, y mucho menos se escuchaba en concierto. Afortunadamente, Francisco Tárrega (1852-1909), con su sonido característico y romántico, despertó de nuevo el interés del público. Su fama se extendió de boca en boca, gracias a sus composiciones creativas, así como a su sonido característico. Ese sonido, que daba encanto a sus composiciones, procedía de su amplio conocimiento del diapasón de la guitarra. Antes de la llegada de Tárrega, el público prefería piezas que se mantuvieran dentro del rango de los cinco primeros trastes. Haciendo caso omiso de estas limitaciones, Tárrega asombró a sus admiradores con sus obras que utilizaban toda la gama de la guitarra. Su escuela de interpretación y composición pervive hoy en día, testimonio de su innovación y creatividad.